La sinceridad

–Vives aislado en una especie de prisión mental. Es normal que te sientas solo. No puedes estar siempre encerrado en tu cabeza –me dice Martina–. Lo que tienes que hacer es salir y divertirte. Hablar con la gente. Relacionarte. Ser espontáneo.
Cuando lo dice Martina, todo parece más fácil.
–Hoy tengo que cubrir un estreno. ¿Te apetece acompañarme? –le digo.
–Con una condición: que nos quedemos a la fiesta de después.
Hacía mucho tiempo que no llevaba a Martina al teatro. No lo recuerdo bien pero creo que nunca antes la había llevado por trabajo. Generalmente, no me quedo a brindar con los actores y todo ese rollo. Porque no sé qué decirles. Y ellos se ponen nerviosos y quieren caerte bien y te chupan un poco el culo por muy pequeño que sea el medio en el que escribes. Es difícil de saber, cuando eres crítico de teatro, si un actor está siendo sincero contigo. Tratan de mostrarse cercanos y simpáticos. Te hacen la pelota. Pero siempre desde una distancia prudencial: la del que cree que se está jugando el posible éxito de su espectáculo.
La obra que vemos es un tostón considerable. Una comedia que no hace reír a nadie. En ese momento, deseo que hubiera sido un drama. No sé qué coño les voy a decir a los actores. Un drama fallido es mucho más fácil de obviar bajo el pretexto de sus propias pretensiones. Quizás nadie se atreve a cuestionarlas por miedo a quedar como un idiota que no ha captado el mensaje y, en ese contexto, podría yo refugiarme. Pero frente una comedia sin gracia… no hay escapatoria. Si no se ríen, estás muerto.

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Martina coge un plato con croquetas de pollo y dos botellines de cerveza de la marca patrocinadora.
–Te lo advierto: no pienso marcharme de aquí hasta que esté tan borracha que tenga que quitarme los tacones para poder caminar en línea recta. Así que alegra esa cara.
Yo admiro a Martina. Es justo lo contrario de lo que yo soy. Sabe divertirse. Sabe disfrutar de las situaciones más inverosímiles y ser el centro de la fiesta. Tiene un magnetismo especial que hace que todo el mundo se acerque a hablar con ella.
Una chica de la producción se dirige a nosotros. Empieza a contarnos lo mucho que han tenido que trabajar para sacar el montaje adelante. La creo y quiero animarla pero no puedo hablar porque un trozo de croqueta se me ha quedado atravesado en la garganta. Así que asiento con la cabeza a gran velocidad y doy un gran trago de cerveza mientras me voy poniendo azul.
–Es una obra que te puede gustar o no… pero los actores tienen mucha verdad.
El trozo de croqueta por fin baja hasta el estómago y ya puedo volver a respirar.
–¿No te parece?
–¿Perdona?
–Que tienen mucha verdad.
Le digo que sí pero no sé de qué cojones está hablando.
Yo soy un escéptico. Es posible que exista una categoría objetiva a la que podamos llamar “verdad” pero tengo serias dudas de que seamos capaces de captarla. Mientras Martina se pone a ligar con el camarero pienso en si algún vez encontraremos la manera de discernir entre esa supuesta verdad y nuestras propias fantasías. Existe la verdad científica, eso no admite discusión. Que uno más uno son dos, que la Tierra gira alrededor del Sol y todo eso. Pero, ¿qué pasa con lo demás?
Me pregunto si Martina sigue todavía enamorada de mí o solo son imaginaciones mías.
Si de verdad ha sido una buena idea quedarme en esta fiesta.
Si tengo razones para estar deprimido o es solo una excusa para no afrontar la verdad: que he fracasado en todo lo que me he propuesto en la vida.

No voy a escribir sobre esto

–Después de diez minutos de intentar ligarme al camarero, me he dado cuenta de que ya me lo había tirado –dice Martina.
Le explico a Martina cómo me siento.
–Mira, te daría un consejo pero no quiero regalarte una frase ingeniosa para que la uses en uno de tus relatos.
–No te preocupes. No voy a escribir sobre esto.
–Sé sincero.
–De verdad. Es demasiado deprimente.
–Esta fiesta es genial. Eres tú que tienes un problema mental. Tienes un novio que te quiere, trabajas de lo que te gusta… ¿y qué si no ganas todo el dinero que te gustaría? No seas tan exigente.
Se acerca otra vez la chica de producción y nos dice si me puede presentar a los actores.
–Sí, pero no les digas que soy crítico de teatro.
Martina me dice mientras se acerca el protagonista:
–Voy a intentar llevármelo a la cama.
Termino la cerveza de un trago. Miro el reloj. Sonrío a los actores.
–Gracias por venir. Ya nos han dicho que eres crítico de teatro.
-¿Ah, sí?
-Espero que nos escribas una buena crítica.
–Claro. La obra está muy bien.
Quizás lo haga, al fin y al cabo.
Martina le dice:
–A mí me ha encantado. Sobre todo, tú.
–Gracias –responde el galán.
–Si además eres simpático, creo que me casaré contigo.
El galán se ríe.
–Para eso habrá que pedirle permiso a mi mujer que está allí esperándome con nuestros hijos.
El actor señala a una mujer cerca de la puerta de entrada con un carrito de bebé y un niño en brazos.
Después de ese momento, la conversación se extingue por sí misma.
Diez minutos después, ya estamos de camino a casa.
–Si escribes sobre esto, no volveré a dirigirte la palabra –dice Martina–. Lo digo en serio. Ni cambiándome el nombre. Me voy a enfadar de verdad…
–Estás obsesionada –respondo–. Los relatos que escribo son pura ficción.
–De eso nada –dice–. Hay más verdad en tus relatos de ficción que en cualquiera de tus críticas de teatro.
COPYRIGHT: Iván F. Mula
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