El cine de Iñárritu, desde siempre ligado a lo trágico y una cierta espiritualidad, ha terminado por convertirse con el tiempo en una gran maquinaria dedicada a explotar la profundidad de sus historias desde el poderío visual. Realizador prodigioso, el director de Birdman (2014) ha conseguido crear un estilo marcado por una magnificencia técnica admirable, muy difícil de imitar, que hace del impacto y la maravilla el vehículo de la narración. De la mano, en este caso, de un DiCaprio en el mejor momento de su carrera, El renacido nos cuenta la peripecia de un explorador que, abandonado por sus compañeros tras ser herido por el ataque de un oso, se enfrenta él solo a las profundidades de la América salvaje del siglo XIX y su crudísimo invierno.
Uno de los hallazgos del filme es el retrato realista del momento histórico. De forma diametralmente opuesta a la elegancia del western clásico, las imágenes aquí transmiten la suciedad, violencia y circunstancias extremas que, probablemente, vivieron los tramperos de ese momento. La cinta es física y emocionalmente extenuante pero no pierde nunca el pulso de lo que nos está contando y sabe recrearse cuando debe en los hermosos paisajes naturales fotografiados de forma genial por Emmanuel Lubezki. Cierto es que, llegados a cierto punto, el espectador puede necesitar que los acontecimientos avancen algo más deprisa. Sin embargo, hay en la propuesta suficientes golpes de efecto tan abrumadores (el ataque del oso, los combates…) como para mantenernos alerta, atentos y en tensión hasta el final.
DiCaprio, como de costumbre últimamente, se deja la piel en una interpretación descarnada, con pocos diálogos pero totalmente visceral. No debemos olvidar, no obstante, al también brillante Tom Hardy, especialista en acentos, que da el contrapunto perfecto para este drama de aventuras que mezcla el subgénero de supervivencia con el de las historias de venganza.
El talento de Iñárritu (con su inseparable ego) consigue, en definitiva, elevar a una categoría superior un producto que, sobre el papel, no tendría por qué haber funcionado tan bien. Uno de los vicios o virtudes del mexicano consiste en añadir grandes dosis de trascendencia a cualquier material con el que trabaja. De momento, la altura del listón es incuestionable, aunque quizás, con algo más de distancia, termine por parecernos más una pose.
COPYRIGHT: Iván F. Mula