Quizás de las nominadas al Oscar de este año, La habitación (Room) es la película que más profundo llega emocionalmente al espectador. Esta pequeña historia sobre una madre encerrada en un cubículo con su hijo al que le hace creer, por protegerlo, que ese pequeño espacio es el mundo entero es increíblemente poderosa en muchos sentidos. El filme es una metáfora deslumbrante sobre la pérdida de la inocencia en ese paso traumático entre la niñez y la preadolescencia. Una alegoría llena de pequeños detalles tan cuidados y hermosos como desgarradores. El director tiene la habilidad de contar hechos terribles con mucho tacto e inteligencia, usando siempre la mirada del chico. Pero, a diferencia de cómo se ha usado esta fórmula otra veces, por ejemplo, en La vida es bella (1997), el efecto no resulta edulcorante sino, al contrario, mucho más devastador.
Brie Larson hace una interpretación magistral y se merece todos los premios recibidos. Pero, mención a parte merece el joven Jacob Tremblay: lo que hace este mocoso es algo fuera de serie. Apenas existen ejemplos comparables tratándose de un actor tan joven. Supera con creces trabajos infantiles similares como los de los intérpretes de Bestias del sur salvaje (2012), Tideland (2005) o El sexto sentido (1999).
La cinta es, además, ambiciosa en su desarrollo y lleva la trama mucho más lejos de lo que, a priori, podríamos esperar. Así, demuestra que es más que un thriller sobre un secuestro. Es el magnífico retrato psicológico de una relación materno-filial que vive una situación extrema. Construye un arco completo sobre las consecuencias del horror y abre una brecha de esperanza realmente inspiradora. Al contrario que con otros títulos de esta temporada, algunos muy buenos, estamos ante una propuesta de las que resulta difícil sacarse de la cabeza.
COPYRIGHT: Iván F. Mula
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