Nos guste o no, hay que reconocer a la saga cinematográfica de X-Men el hecho de haber iniciado el camino hacia las grandes películas de superhéroes que tanto éxito cosechan hoy en día. En el momento en que se estrenó la primera X-Men (2000) de Bryan Singer, apenas habíamos visto en la gran pantalla las adaptaciones de Batman y Superman, a parte de algunas versiones olvidadas de bajo presupuesto de otros personajes de cómic. Ni siquiera nos había llegado todavía el Spider-Man (2002) de Sam Raimi, por lo que, unir a un gran grupo de superhéroes en una sola cinta fue atrevido y, en cierta forma, revolucionario.
Transcurridos 16 años, dos secuelas, sus correspondientes spin-off de Lobezno y su operación de rejuvenecimiento en forma de reboot/precuelas, difícil lo tenía esta nueva entrega para aportar algo o sorprender, además, teniendo en cuenta que ahora se estrenan nuevos filmes de superhéroes cada dos meses. Desgraciadamente, la frescura conseguida en X-Men: Días del futuro pasado (2014) ha empezado ya, otra vez, a diluirse en una agravante falta de humor y en el común vicio de la épica desmesurada y la absurda solemnidad de la destrucción.
El prólogo inicial, no obstante, prometía mucha más de lo que después se ofrece. Con una interesante narración en voz en off, la introducción de la mitología egipcia en este universo aporta un sugerente abanico de nuevas lecturas así como una larga secuencia visualmente deslumbrante. Sin embargo, la reiteración de situaciones ya conocidas, el torpe manejo de la psicología de los personajes y la superficialidad del conjunto nos lleva, en ocasiones, a cierta desidia narrativa para despertar solo en momentos puntuales. En ese sentido, la participación del personaje de Quicksilver (Evan Peters) aporta todo el dinamismo, humor y simpatía del que carece la mayor parte del metraje.
Por supuesto, los efectos especiales mantienen el nivel de calidad que se le exige y tiene la cantidad necesaria de escenas de acción. El problema es que Singer parece más preocupado en los guiños a la franquicia que en crear un interés real por los protagonistas y todo lo que les sucede. Una vez más, falta sensación de peligrosidad. Sin ese elemento fundamental, las explosiones no son más que fuegos artificiales.
COPYRIGHT: Iván F. Mula